por Jorge Raventos
Después de un marzo intenso, atravesado por conflictos, piquetes y marchas callejeras adversas, el gobierno inicia abril energizado por una manifestación de adictos que, por una vez, se mudaron de las redes sociales a la Plaza de Mayo. En primera instancia, la euforia determinada por esa encarnación de los afines aceleró las pulsaciones del oficialismo y develó una escondida belicosidad. Ese talante pendenciero modificó inclusive el discurso del Presidente.
El prestigioso economista Miguel Bein había formulado algunos días antes una reflexión aguda, casi una advertencia. “A veces –dijo- un buen programa de mediano y largo plazo puede estrellarse en el corto plazo por decisiones equivocadas”.
Acuerdos y estrella polar
La transición política iniciada en 2015 se orientó en principio a despejar obstáculos heredados de la gestión kirchnerista, que bloqueaban la producción nacional, pesaban sobre su competitividad y contaminaban los vínculos con el financiamiento internacional. El despegue de la nueva etapa se alimentó con acuerdos prácticos en el campo legislativo y con la actitud paciente del movimiento obrero. En esa etapa se levantó el cepo cambiario, se negoció con los holdouts, se levantaron retenciones, se lanzó el blanqueo y hoy se puede observar el rédito de esas medidas y esa oprientación.
El Poder Ejecutivo delineó un eje central del programa de mediano y largo plazo. Citando a Perón (a menudo sin dar crédito por la cita) el Presidente Macri declaró que “la productividad es nuestra estrella polar”. Entretanto, en el corto plazo encaró políticas de poco sustento y formuló promesas que, al no cumplirse, lo obligaron varias veces a pedir disculpas y a poner marcha alguna opción B.
Muchos de los pasos en falso han estado asociados a una propensión a la unilateralidad que, etapa , con la ilusión de monopolizar los esperados réditos de la transición, impulsa al macrismo a disociarse del sistema de fuerzas que le garantizó gobernabiidad y eficacia en la primera etapa. En efecto, durante su primer tiempo de gestiçon, al optar por el gradualismo y los acuerdos, el gobierno fue capaz de resistir las presiones de un fragmento de sus propias fuerzas que lo impulsaban al aislamiento reclamándole la aplicación de una especie de jacobinismo del ajuste.
Nosotros o el diluvio
Esa política es abandonada ahora para optar por una retórica confrontativa y una estrategia de polarización que desprecia y minimiza a las corrientes que circulan por “la avenida del medio” (una ancha franja que incluye al massismo, al peronismo no K, a centroizquierdistas como Margarita Stolbizer y hasta a aliados del Pro, como Martín Lousteau) y pretende simplificar el espectro político a la opción Oficialismo o Kirchnerismo, o bien Democracia o Destituismo.
La palabra “destituyente”- forjada por la propaganda K para descalificar la rebelión del campo del año 2008- reaparece ahora en alegatos de algunos expositores oficialistas y, con más virulencia, si se quiere, en boca de émulos bienpensantes de los condottieri de 6-7-8, para cocinar en un mismo guiso a cualquiera que reclame, proteste o se diferencie. Para los comentaristas que inspiran el aislacionismo oficialista, si hay piquetes de organizaciones sociales y si la CGT se moviliza, es porque “hay un plan de destitución del gobierno constitucional” . Como si todas las expresiones de la crítica fueran Luis D’Elía, todo el sindicalismo tuviera los modales del Caballo Suárez y todos, todos, reportaran (“en última instancia”, “objetivamente”) a la señora de Kirchner. ¿No es un poquito exagerado?
A esa tendencia -que hoy parece predominante en el oficialismo- le encantaría repetir el milagro de 2015, cuando la candidatura de Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires volcó a decenas de miles de votantes hacia María Eugenia Vidal y le abrió a Mauricio Macri las puertas de la victoria en la segunda vuelta. Pero hoy en día Aníbal Fernández es un holograma y el kirchnerismo (que en 2015 debía ser desplazado) hoy es apenas una dispersión irritada, aunque la señora de Kirchner, por un buen tiempo ocupada en Tribunales, mida todavía bien en las barriadas más vulnerables.
Apostarse el largo plazo
En tanto táctica partidaria, el discurso aislacionista que emplea el gobierno medirá su eficacia en las urnas de octubre, como acaba de desafiar el Presidente. Hay que esperar hasta entonces para comprobar con qué resultado.
De lo que se trata, más bien, es de observarla en otro plano, en la funcionalidad que tenga (o no) para el cumplimiento del programa de mediano y largo plazo centrado en “la productividad como estrella polar”, porque ese objetivo es importante para la recuperación y el desarrollo del país. El objetivo requiere un papel activo del Estado pero no será el fruto de la “gestión” tecnoburocrática; reclama una movilización cultural de la sociedad, la participación de personas y organizaciones sociales. ¿Es funcional, en ese contexto, buscar pelea con las organizaciones sindicales, desafiarlas y hasta azuzar en su contra a las corrientes radicalizadas de la izquierda?
El activismo estatal que se necesita en esta etapa está lejos de las anacrónicas “políticas activas” interesadas en ganar competitividad artificalmente, a través de devaluaciones (dólar alto/salarios bajos), protección o subsidios. Esas “Políticas activas” a la antigua tendían a poner respirador artificial a actividades incapacitadas para competir.
Se trata, en cambio, de estimular lo que está en condiciones actuales o potenciales de desarrollarse en la competencia mundial, sobre la base de reducir costos sistemáticamente: ganar en eficiencia del sistema productivo, reduciendo carga impositiva, ofreciendo conexión física y electrónica rápida y económica, achicando trámites, garantizando seguridad, reestructurando la organización, ofreciendo servicios eficaces. Hablando de servicios, uno fundamental es la educación; el avance de la pruductividad está directamente ligado a la educación de calidad, practicada por docentes bien pagados, bien formados y estrictamente evaluados.
La productividad no se mide por un único parámetro: es un producto sistémico. No se trata de “dejar todo en manos privadas”, sino por el contrario de aplicar con inteligencia las fuerzas del Estado y estimular la participación social y la inversión privada, porque en el mundo no compiten empresas aisladas, sino el sistema del costo nacional (organización social, costo de los factores, fuerzas de trabajo). . Se trata de que el Estado mejore constantemente la calidad del gasto público y las empresas apliquen mejor tecnología y mejores sistemas organizativos
En medio de la pirotécnica del corto plazo, la lógica del mediano y largo plazo está mostrando sus primeras manifestaciones en puntos estratégicos. Por ejemplo, en en Vaca Muerta, formidable recurso y fuente de energía barata para mejorar la competitividad de la industria nacional donde un fuerte jugador nacional, Techint, acaba de anunciar 5.000 millones de inversión en el curso de los próximos dos años; a la transnacional argentina se suman en Vaca Muerta otros jugadores de peso, franceses, estadounidenses y chinos. El shale gas patagónico puede impulsar la competitividad de la industria nacional. Hay otras expresiones de avance: en materia de obra pública, en materia automotriz, en el campo de la cadena agroalimentaria. En todos esos movimientos se observa un sistema de sustentación que incluye, en principio, a empresas, yEstado (Nación, provincias, municipios) junto a –punto destacar- organizaciones sindicales.
La constatación de estos hechos debería guia las decisiones y actitudes de corto plazo preservando la perspectiva de los acuerdos y la convergencia.
Otro círculo: el amarillo
El 6 de octubre, antes de que concluyera el vigoroso paro nacional de la CGT, los dirigentes de la central obrera urgieron al diálogo. Obviamente, es preciso dialogar y también es necesario que el movimiento obrero armonice y termine de modernizar sus criterios y puntos de vista.
En cualquier caso, el Presidente hizo una verónica y prefirió clavar algunas banderillas retóricas a sus interlocutores. Su estilo se erizó bajo el estímulo de la manifestación del 1 de abril, que, pese a las dudas y temores de parte sustancial del gobierno, congregó a decenas de miles de personas que lo votaron un año y medio atrás y que (puesto que eso difunde una propaganda que consumen ávidamente) consideran al gobierno acosado y quizás en peligro.
Por cierto no está mal que el oficialismo convoque su gente a la calle o celebre que una multitud se haya autoconvocado. Tiene incluso su costado irónicamente positivo que quienes consideraban las manifestaciones callejeras expresiones obsoletas ahora las reverencien hasta las lágrimas
En cualquier caso, lo que debería inquietar, en términos de preservar el programa de mediano y largo plazo, sería que el círculo amarillo del oficialismo , colmado de emoción por su módico bautismo de masas, decida esta vez halagar a sus sectores más agresivos haciendo suyas las consignas más facciosas y confrontativas, adoptándolas como discurso oficial. Eso puede dar lugar a un enfrentamiento creciente que ahogue la senda de colaboración transitada durante el primer año de gestión de Macri. En pos de una táctica electoral para octubre se contamina la atmósfera política y se prolonga el fenómeno grieta, contra el que la ciudadanía votó en 2015.
Es preferible buscar la estrella polar a estrellar el largo plazo por elegir el faccionalismo en el corto.